Al comenzar la lectura de El arte de amar, de Erich Fromm, nos encontramos con la advertencia de que este título, al contrario de lo que las ociosas mentes de las mentes modernas podrían pensar, no es una guía para conseguir pareja, para dar con la realización al mito de la media naranja o a alguno de los dichos de la cultura popular, sino que estamos al borde de un texto que trata de manera seria y analítica aquello de lo que se trata el amor, uno de los grandes avatares desde que hay registros de la existencia de la humanidad, y claro, de todo lo que representa para Erich Fromm, uno de los nombres que remiten a la denominada Escuela de Fráncfort. Por lo tanto toma el tema entre sus manos y su lenguaje sin sentimentalismos ni romanticismos. Desde sus primeras páginas es perceptible que muchas de las cosas allí mencionadas son ajenas a las corrientes comunes del pensamiento: extrañas para unos… pero familiares para otros. El amor se presenta pues, como algo que está más allá de las frágiles líneas que delimitan la relación de pareja como elección de una persona con la cual pasar el resto de nuestras vidas, sino que, en opinión del autor de este texto y del ya citado, se trata de cierta “fuerza” con la que el mundo podría funcionar correctamente; además de que no se limita a dos personas, amar es un nivel espiritual muy puro. Esta obra tiende a ensanchar los conceptos de amor de quienes lo leen. Si bien en un principio se expresa como el resultado de una necesidad humana de satisfacer la soledad (la separación) y se presenta en los fallidos intentos de distintos grupos por realizar dicha satisfacción (por ejemplo: a través del sexo en las grandes orgías), este tipo de acciones sustitutivas solo brindan un remedio temporal, y es por ello que se desarrolla la necesidad de hacerlo con más frecuencia, al igual que se puede hacer con el alcohol o las drogas, dichas acciones fueron correctas hasta que los individuos se daban cuenta de que no era una solución “viable”. Deja muy en claro la filosofía de que antes de amar a los otros se debe amar a uno mismo, es decir, tener bien claro quién soy, lo que hago y cómo repercute esto en los demás. Este concepto también se ha visto trastornado, principalmente como “individualismo”, en el que nada se torna más importante que la persona misma. En este punto nos encontramos con la reflexión sobre ciertos conceptos trabajados desde hace ya algún tiempo, como el ‘control social’. Irónicamente, tanto se busca la igualdad que se ha perdido la individualidad, la singularidad; aquellos que ejercen el poder abusan de este recurso para continuar manipulando a las masas, mientras que les hacen consumir y producir la idea de que aún son únicos, especiales y diferentes a todos los demás, pese a que leen los mismos contenidos, tienen las mismas diversiones y comparten las mismas ideas… y las mismas máscaras sonrientes. En las desviaciones en la búsqueda del amor nos encontramos con los extremos, como en la búsqueda de que dos seres buscan ser uno mismo. Tal demostración es la sumisión (también llamada masoquismo) donde la persona se somete a todo lo que la otra diga, sin importar si le hace daño, nunca corre riesgos, nunca toma decisiones, no existe soledad, pero tampoco tiene independencia, en la mayoría de los casos el masoquismo está ligado a lo sexual. Y en el lado opuesto está el sadismo, en ambos puntos de la dualidad una persona depende de la otra, la diferencia es que la sádica será quien someta al masoquista… ¿o la masoquista, haciéndose la víctima, a la sádica? Llegando a otro de los puntos donde el pensamiento de estos dos autores convergen (Fromm y su servidor), nos topamos con la parte de “dar”. Pero resulta que regularmente se confunde con ‘renunciar a algo’, siendo que el concepto de dar es algo más complejo que desprenderse de algo para que alguien más lo posea, de la misma manera; en cambio trasciende lo físico, por tanto define los diferentes conceptos de la acción “dar”, cuando empezamos a relacionar el dar con el amor, podemos encontrar el ejemplo más “puro”: el amor de una madre por su hijo. La madre se desprende de ella misma para entregarse a su hijo, sin complicaciones, no le importa nada más que el bienestar de su retoño y no espera algo a cambio por lo que hace. Entonces ¿qué es dar? Es entregarse uno mismo, dar la propia vida, (sin caer en el masoquismo) enriquecer (espiritualmente) a la otra persona sin esperar a que se valore lo que uno está haciendo. El amor se vuelve, entonces, algo muy grande y complejo, al que difícilmente se llega, tiene que haber una gran dedicación para llegar al amor puro, y uno de sus obstáculos más grandes se encuentra al borde de la necesidad del humano por satisfacer sus necesidades sexuales, algo tan básico y natural que está en el sentido más puro de nuestra biología, donde se funden y a la vez se separan los conceptos de géneros, la “polaridad masculino-femenina”. Es muy probable que en esta parte haya habido muchos que renunciaron a continuar la lectura, puesto que el autor pretende justificar que solo se puede llegar al amor en una relación de dos personas de distinto sexo, no porque sean complementarias, sino porque sus características básicas lo permiten, se interpreta que entre homosexuales no se llegará al amor por este sencillo hecho, así como una pareja de hombre y mujer no llegará al amor por otros motivos. Posteriormente no es fácil dar fiel seguimiento de lo que se desarrolla, dado que se hace referencia a Freud y sus teorías sobre la sexualidad, pero explica por qué la misma satisfacción de este instinto tan básico no nos permite llegar al amor; el más claro ejemplo es que la masturbación sería la satisfacción ideal, pero en la masturbación no existe la unión con otra persona, por tanto sólo sería una medida ‘temporal’, como las mencionadas anteriormente. También la familia tiene un vínculo muy cercano al amor, como ya habíamos dicho, el amor incondicional de una madre quien daría todo por el pequeño desde el momento en que son uno (cuando en niño está en el vientre), y durante su crianza la madre no tiene intereses por formar a su hijo por otra cosa que por la simple expresión “es parte de ella”. Como bebé en un principio la criatura no sabe de amor, solo sabe que aquella señora es calor y alimento. Pero esto encuentra su ruptura en otro amor, el del padre, que en la mayoría de los casos es un amor condicional, donde en la medida en que el hijo sea obediente e “igual” en ciertos aspectos a su padre, alcanzará la aceptación de éste y por tanto su amor. En repetidas ocasiones se menciona lo que es necesario para amar y por dónde se debe comenzar, de la misma manera se deja en claro que si no es desinteresado, el amor jamás existirá. Un buen comienzo sería el de una relación con los desconocidos, pobres o con los enemigos, porque ahí no existen intereses más que el de empezar una buena relación (no necesariamente de tipo afectiva) para llegar al amor fraternal. Después llegamos a los “objetos amorosos”, los diferentes ‘tipos’ de amor, en lo que, a consideración de algunos, que el principal sería el amor materno, después del amor a uno mismo, el amor fraternal, el amor a Dios, seguido por el amor erótico. Ese sería, probablemente, el orden en que el amor se da de mejor manera. Es inevitable que esta penetración analítica provoque conflicto en muchos lectores por el hecho de que se mencione el amor a Dios; pero no solo en este libro se habla de que para conseguir un amor genuino se necesita de amar a algo o alguien superior a nosotros: en la literatura de alcohólicos anónimos en el segundo y tercer paso se habla de la necesidad de creer en algo, una fuerza superior a nosotros mismos, porque está en nuestra naturaleza, porque ese dios tiene cualidades distintas, en contraste con el amor al hombre. El lector debe tener claro el concepto de Dios para no entrar en un conflicto con esta parte del amor, no se trata específicamente de Jesús de Nazaret, sino de una fuerza que engloba todo. El amor tiene problemas para desarrollarse en una sociedad tan materialista como en la que vivimos, porque el consumo se ha vuelto lo más importante, el tener solo por tener, donde el único Dios, es verde y de papel. Este orden social es probablemente el obstáculo más grande para que el amor pueda darse, porque los intereses triviales se han vuelto muy grandes, y desprenderse de ellos no es fácil. El humano se encuentra enajenado de sí mismo, de la sociedad y de la naturaleza, se ha convertido en un robot que solo piensa en ganar para poder sobrevivir y en ganar más para poder gastar. Dado que lo material jamás va a satisfacer las necesidades humanas, el hombre busca distintas maneras (menos en el amor) para llenar ese “vacío”, comenzando por consumir cada vez más o casándose, creyendo que el matrimonio lo aliviará, pero el matrimonio no es lo mismo que el amor. En resumidas cuentas, El Arte de Amar es una obra de gran calibre y con enormes consecuencias, ya que nos puede dar una idea más clara y completa de lo que es el amor, complementa los conocimientos previos y ofrece mejores bases para amar. Pues, al menos desde una perspectiva tan personal como cualquier otra, el amor es algo que toda la gente necesita y que solo el amor le dará la fuerza a la humanidad para avanzar un paso más, porque al amar llegamos a algo más complejo aún: la felicidad.
– El Orbitante Lunar